
Torre eléctrica. Nuestro suministro pende de un hilo, nunca mejor dicho.
Algún día de estos he de hablar del tema de las copias de seguridad, pero antes de eso tienen que existir unos datos de los que hacer copias. Claro, alguno dirá: «qué genio, que le den un Nobel». Sí, es una obviedad, pero lo digo porque si un apagón nos sorprende en mal momento, no habrá copia de seguridad que nos devuelva lo que nunca llegó a grabarse. Por eso quiero dedicar esta entrada a hablar de este tema, que no tiene solución una vez ha ocurrido, pero sí formas de prevenirlo. Por cierto que cuando digo «apagón» me refiero a un corte en el suministro de energía eléctrica, lo que en inglés sería un power cut o black out. Lo digo porque no sé si en otros países de habla hispana recibe otro nombre. Normalmente la causa del «apagón» es alguna avería en la red eléctrica, aunque quizá debería hablar más bien de «accidentes» en general, dado que el corte en el fluido eléctrico también puede tener causas internas (cuando «salta» el contador por un cruce de cables o una sobrecarga) o hasta naturales si nos cae un rayo.
Normalmente, mi punto de vista es el de una persona que tenga fotos en su ordenador y que utilice programas como Photoshop o Lightroom, pero en este caso tampoco es que esta entrada vaya a ser muy «fotográfica», es decir, si se va la luz, no va a marcar una gran diferencia lo que hagamos con el ordenador (retocar fotos, componer música o escribir un libro). Por tanto, quizá esta entrada resulte un poco «genérica», pero no por ello menos interesante -pienso yo- para todo aquel que tenga algún aprecio por sus datos, sean fotografías y catálogos, o cualquier otra cosa. Bueno, quizá la entrada interesante sea la siguiente, pues en esta primera aproximación, me limitaré a explicar por qué creo que protegerse contra un apagón vale la pena, y será en la próxima cuando hablaré de cosas con alguna aplicación práctica.
Volviendo a lo que decía, posiblemente la gravedad del apagón o avería eléctrica tenga más que ver con el tiempo que llevemos sin guardar y lo importante que sean esos datos, que con el tipo de datos en sí (que sean fotos o no). Además, lógicamente, al ordenador le da igual si eres escritor pero ese día te había dado por hacer una hoja de cálculo muy complicada o una base de datos enorme: si se queda sin alimentación, la vas a perder igual, o al menos los últimos cambios. También la buena o mala suerte puede alterar significativamente el nivel de daños, según lo que estemos haciendo en el momento en que se va la luz.

Por estos dos agujeritos circula el fluido que mantiene con vida nuestros sueños digitales. Una breve pausa en este tránsito energético, ¡y todo a la porra!
Mucho que perder
Pero los daños de quedarse sin corriente o sufrir alguna avería en el sistema eléctrico van bastante más allá de perder los últimos cambios en un documento. A grandes trazos, creo que se podrían clasificar en 3 grupos:
• En primer lugar, lo más obvio y ya comentado: el trabajo que no hayamos guardado. Muchos programas incorporan algún tipo de guardado automático, pero ya me ha pasado varias veces que este guardado no se recupera por motivos que ignoro. Parece que si el programa «peta» por un error, el guardado queda y se recupera automáticamente, pero en caso de apagón, los programas no siempre recuerdan que tienen algo que recuperar (no debería ser así, pero repito que ya me ha pasado demasiadas veces como para pensar que es coincidencia). En todo caso, muchas veces ni siquiera habíamos llegado a guardar la primera versión del documento, así que se pierde todo. Photoshop dispone desde CS6 de una característica que guarda automáticamente la llamada «información de recuperación» cada 5 minutos como mucho, pero en 5 minutos pueden pasar muchas cosas, y lo que es peor, a veces -tal como acabo de comentar- esta característica no llega a funcionar (o, simplemente, no existe).

Artefacto eléctrico. No tocar, que da calambre.
• En segundo lugar tenemos el «trabajo» que pierde el sistema operativo, que siempre está haciendo sus cositas de fondo, y que no digiere demasiado bien una interrupción súbita de su funcionamiento. Por suerte, hoy en día los sistemas operativos ya lo hacen todo en previsión de un posible apagón, dejando señales que permitan reconocer un cierre inesperado del sistema y reparar cualquier estropicio posteriormente, pero ello no impide que podamos tener problemas. Sin ir más lejos, miedo me da lo que podría pasar si se va la luz mientras Lightroom está escribiendo en el catálogo.
Un fenómeno bastante típico tras un corte de luz es la desaparición súbita de unos cuantos gigas que quedan atrapados en un archipiélago de archivos temporales. Esto es más fastidioso si se trata de un disco SSD donde cada giga nos cuesta más dinero, pero todavía es un problema relativamente «benigno». Otro tema ya es si el apagón pilla al sistema haciendo algo más delicado como instalar, desinstalar o actualizar el sistema: las consecuencias pueden ser de todo tipo, desde programas que dejan de funcionar hasta sistemas que no arrancan.
• Y en tercer y último lugar, especialmente si tenemos en cuenta anomalías eléctricas como subidas de tensión o rayos (truenos y centellas), podemos sufrir daños en el hardware. Como luego comentaré, me he comido apagones en cantidad, y aunque sí que a veces han «reventado» algunos aparatos de la casa al volver la luz, la verdad es que nunca se me ha escacharrado el ordenador… o al menos no al momento, ya que hace cosa de 5 años, tras un apagón me palmaron el monitor, la impresora y la fuente de alimentación en las 24 horas siguientes (mucha casualidad me parece a mí). Sobre rayos, sé que hay zonas donde son frecuentes, pero yo nunca he vivido en una de ellas así que no puedo decir, aunque imagino que si te entra uno en la instalación eléctrica, debe de ser de todo menos divertido. En este apartado también podríamos incluir el asunto de las actualizaciones de firmware en las que un corte del suministro en el momento más inoportuno puede dejarnos una placa base, reproductor mp3 o cualquier otro dispositivo actualizable, convertido en un bonito pisapapeles.
Por último, hay un cuarto perjuicio que a mí me hace polvo, pero que menciono aparte porque tiene la peculiaridad de existir más bien en mi cabeza. Es algo más conceptual, más logístico: no se trata ya tanto de haber perdido tal o cual cosa, ¡sino de ni siquiera saber qué has perdido! Es decir, a menudo estamos con un montón de ventanas abiertas, visitando varias páginas web, respondiendo emails, contestando mensajes en foros, editando cualquier tipo de documento, etc. Y cuando llevas unas cuantas horas así y se va la luz, el problema es que no sabes siquiera qué cosas habías hecho ya y cuales no. No sabes si había alguna web importante en la que tenías que consultar algún dato, o si le habías dado al botón «Enviar» en algún formulario. No sabes si habías cambiado de carpeta los emails ya respondidos. No sabes si en cualquier lista o registro de lo que sea has incluido ya algo que habías hecho durante la misma sesión… Etcétera. Esto me saca de quicio, porque a menudo tardo días, o hasta semanas, en encontrarme con las consecuencias de «algo» que se quedó colgado durante ese apagón. Es como si, literalmente, me hubieran reseteado una parte de la mente con el cacharro luminoso aquel de los Men in Black.
Más apagones que en una película de miedo
Dije antes que a lo largo de mi existencia informática he saboreado infinidad de apagones, algunos de ellos realmente míticos. Estoy seguro de que vosotros también tendréis este tipo de historias para no dormir, pero dejadme que os cuente uno de los que yo recuerdo con mayor dolor. En realidad, no fue realmente un apagón como tal, sino un «accidente eléctrico» en sentido amplio, y se produjo una tarde de verano de infausto recuerdo, hará más de 20 años, cuando en compañía de un amigo nos tiramos unas 4 horas introduciendo un interminable listado de lo que en aquel entonces se llamaba «código máquina» (algo así como un programa listo para que corriese en el ordenador, publicado en una revista), en un ordenador ZX Spectrum conectado al televisor. Era algo tan tremendamente tedioso, que literalmente tuvimos que mentalizarnos del asunto antes de ponernos manos a la obra. No era posible guardar el trabajo a medias, había que hacerlo de un tirón, y además, si el código de comprobación daba error, había que reintroducir la línea o buscar el fallo, lo cual aún ralentizaba más el proceso. A la izquierda de estas líneas podéis ver un fragmento de este tipo de listados. ¿Y esto de qué servía, os preguntaréis? Normalmente, era la forma de obtener algún pequeño juego o utilidad. No muchos años después, las revistas empezaron a incluir cassettes con los programas ya grabados, pero en aquella época, esto era lo que había. No os riáis, que los hay que han vivido cosas peores, como la época de las tarjetas perforadas. Bueno, pues a lo que iba: nos fuimos turnando (uno dictaba y otro tecleaba), hasta que cuando estábamos literalmente en la última línea -que ya es casualidad- pasó una «persona» (mantendré su identidad en el anonimato) por detrás del ordenador, tropezó con el cable y ¡hala! Rockandroll, a tomar por saco las 4 horas. Aún recuerdo el rostro desencajado y pálido de mi amigo, que por supuesto solo alcancé a distinguir una vez yo me recuperé del casi-desmayo que me dio al comprender que nos habíamos dejado los dedos y parte de nuestras jóvenes córneas (por no hablar de 4 horas de nuestras vidas) para absolutamente NADA. Si esto mismo hubiera pasado hoy en día, se habría activado algún tipo de dispositivo de apoyo psicológico para menores de edad y ese tipo de cosas, pero en aquella época los niños aguantábamos más que hoy en día sin inmutarnos (pero esto dolió, las cosas como son). Igualmente, no está de más señalar que, antiguamente, los enchufes eran muy flojitos, no como estos mazacotes que nos han impuesto hoy en día, supongo que por alguna bendita normativa europea, y que casi casi hay que meter a martillazos o a patadas en los enchufes (y que luego no los puedes sacar como no sea con tenazas y poniendo los pies contra la pared). De ahí que un tropezón pudiera bastar para hacer que la clavija se saliera del enchufe.
En fin, el asunto es que este es quizá el primer corte mítico que recuerdo. Además, resulta muy representativo de otra característica de estos «accidentes«: el tremendo golpe moral que te llevas a veces. Si dijeras que te quedan al menos los pedazos de lo que hacías, para consultar algo, ni que sea de recuerdo… o que te avisan de que vas a perderlo todo, y puedes echar un último vistazo a la pantalla, despedirte de tu trabajo… Pero no, nada de eso, el apagón es –como dirían los Monthy Python sobre la Inquisición española-, absolutamente inesperado y, lo que es peor, volatiliza por completo la información. Es que no queda ni la sombra, oigan. Nada, res, nothing, rien. A estas alturas, la sensación de quedarme con las manos en el teclado, en el ratón o en la tableta gráfica, mirando una pantalla (o dos pantallas) en negro, está grabada de forma indeleble en mi mente junto al sonido de los ventiladores parándose suavemente antes de dar lugar a un silencio realmente siniestro. No sé vosotros, pero yo siempre me quedo unos segundos como paralizado, como no queriendo dar crédito a lo que acaba de pasar… porque duele aceptarlo, y por unos segundos, prefiero vivir en una fantasía mental donde realmente, no ha pasado nada. Es muy, muy duro, tanto que hasta diría que un hombre (o mujer, claro) demuestra de qué pasta está hecho en función de su forma de responder a un apagón o corte eléctrico cuando le pilla delante del ordenador o la videoconsola. En mi caso, creo que sacaría poca nota porque me quedo hecho polvo.

Panel fotovoltaico. Se lo regalaría a quien yo me sé para que tuviera su propio suministro de corriente, y dejase de castigarme el contador.
La experiencia relatada más arriba fue, como dije, un accidente, pero los apagones como tales (causados por la compañía eléctrica) estaban a la orden del día hasta no hace tantos años, al menos en Barcelona. Evidentemente, no pasamos las dificultades que hay en otros países donde el suministro eléctrico es muy inestable, pero para quien tuviera ordenadores en casa, la cosa era francamente mejorable. Los apagones en toda la extensión del término eran relativamente poco frecuentes, pero los micro-cortes estaban a la orden del día. Por suerte, tengo la impresión de que durante la última década, el suministro de corriente se ha vuelto mucho más estable, y a estas alturas es casi impensable que se acometa cualquier tipo de trabajo de reparación (que requiera cortar el suministro) sin aviso previo a los edificios afectados, cosa que antes se hacía sobre la marcha, con un par. Sin embargo, los apagones siguen produciéndose y los accidentes también, y esa es la causa de que durante los últimos dos años me haya comido más «black outs» de la cuenta. De nuevo, no entraré a dar datos concretos sobre la identidad de los causantes, pero lo cierto es que en mi domicilio habita también cierto corpúsculo humanoide con un desproporcionado amor por todo tipo de calefacción. Este curioso ser vive abrazado a las estufas en otoño, invierno y primavera, y no duda en darle candela al primer calefactor que pilla, girando la ruedecita de las marchas hasta el tope. Y claro, estos cacharros chupan corriente que no veas, con lo cual cada dos por tres… ¡pam! Más rockandroll, la palanquita del contador salta, y se va la luz, normalmente con pésimas consecuencias para un servidor, o sea, yo, pues suelo tener abiertos muchos programas.
La máquina anti-apagones: el SAI

Aunque no están diseñados con este fin, hay quien usa un SAI de ordenador para hacer portátil un flash de estudio. Ignoro qué resultado da, porque creo que los flashes pegan bastante tirón al cebar.
Así que no es de extrañar que, desde muy tierna edad, haya fantaseado con la posibilidad de tener un SAI para equipos informáticos, es decir, un «sistema de alimentación ininterrumpida«. Esto suena muy sofisticado y hasta un punto glamuroso, pero no es más que una forma redicha de referirse a una batería para el ordenador. En inglés les llaman «UPS«, siglas de uninterruptible power supply.
Los sistemas de alimentación ininterrumpida tienen una filosofía distinta a la de un generador y no deben confundirse con estos, principalmente porque, si bien su actuación es inmediata, la autonomía que proporcionan es breve, dado que su misión no es permitirnos seguir trabajando como si tal cosa, sino proporcionarnos solo el flujo de energía necesario para darnos tiempo a terminar como mejor podamos lo que estamos haciendo, guardar nuestro trabajo y apagar el equipo como Bill Gates o Steve Jobs mandan. Del mismo modo, aunque hay SAI de gran capacidad, los SAI a los que yo me referiré en esta entrada están orientados a su uso con ordenadores, no con lavadoras, neveras o -Dios no lo quiera– calefactores.
Incluso con las acotaciones anteriores (poca autonomía y modelos de uso exclusivamente informático), tradicionalmente los SAI han tenido una orientación más bien «profesional» (para gente que hace algo más con el ordenador que jugar al buscaminas y descargar fotos de chicas en bikini – con todo mi respeto para los buscamineros y admiradores de zagalas con poca ropa, ocupaciones muy nobles ambas), pero con el tiempo, estos artefactos se han vuelto más y más populares entre usuarios particulares, lo cual no es de extrañar dada la creciente importancia que la tecnología ha adquirido en nuestras vidas: lo que antes podía parecer un lujo o un capricho, hoy es una necesidad para mucha gente.

Tras comerme 4 apagones casi seguidos, me puse en plan drama-queen rollo «Lo que el viento se llevó» y juré que nunca más pasaría por lo mismo.
Pero no fue hasta la pasada primavera que me planteé muy en serio lo del SAI. Sufrí cuatro apagones en un corto espacio de tiempo, y francamente, me puse hecho un basilisco, vamos, que pillé un mosqueo de agárrate y no te menees. El último de los apagones lo provocó un electricista que vino a ver por qué había saltado 4 veces seguidas la luz en poco tiempo. Y al muy canalla no se le ocurre otra cosa que entrar, abrir el contador y quitar la luz sin avisar, así como si tal cosa, por juguetear con las palancas un poco mientras hablaba, delante de mis atónitas narices (había dejado el ordenador encendido). Evidentemente le piqué la cresta (con sutileza y tacto, claro) y el tipo se disculpó, pero el daño ya estaba hecho.
«Ahora sí, me compro un SAI«. Lo tenía claro, me puse en plan dramático y, con el puño apretado, clamé a los cuatro vientos «a Dios pongo por testigo que no volveré a sufrir cortes«. Pero al final, como el bolsillo está débil, fui atrasando esta compra, aunque no dejé de tener presente lo ocurrido: durante unas semanas, persistió la sensación de «vulnerabilidad» que sigue a todo apagón, es decir, tras un corte o accidente tipo «tropezón con el cable«, uno toma consciencia de que sus datos penden de un hilo, de que trabajas sin colchón, en plan trapecista sin red. Pero pasado ese tiempo, acabas regresando a la falsa seguridad en la que normalmente nos movemos – esta vez tampoco fue la excepción, y el tema del SAI volvió a quedar aplazado indefinidamente.
Hasta que hace 14 días o quizá unas dos semanas (no menos de medio mes), me encontraba yo de nuevo con más ventanas que la fachada del Empire State, infinidad de pestañas (páginas web) en el navegador, un vídeo para el canal de Youtube en Camtasia, el audio en Audacity, una imagen en Photoshop, Lightroom abierto, un montón de blocs de notas, y un par de correos a medias, además de unas 34 cosas más que nunca lograré recordar, cuando pasó lo que os contaré en la próxima entrada… aunque me parece que no cuesta mucho de adivinar (pista: no, no se puso a llover… simplemente, alguien tenía mucho, mucho frío).
Me despido, pues, hasta la próxima entrada, ya que para variar me he enrollado más de lo esperado, así que mejor fraccionar mis paridas en dos partes. ¡Nos leemos pronto!
Comments
Tus paridas están maravillosamente escritas. Nuestra, sospecho, similitud generacional me ha hecho viajar en el tiempo y reírme de lo lindo con tu post. Gracias amigo!! Y larga vida a los voltios sin caídas!!!
Gracias, Jesús, me alegro mucho tanto de encontrar esta comprensión intergeneracional, como de saber que tanta tontería puede resultarle entretenida a alguien (quería solo hablar de los SAI, y como de costumbre acabo metiendo el rollo padre sin llegar al tema que quería tratar xD). Saludos y larga vida a los voltios!
Buenos días, como informático hace mucho que me compré un SAI, ya no me pongo a sudar cada vez que oigo una tormenta que se avecina, ni cuando está puesto el aire acondicionado y mi mujer pone (sin querer) una lavadora de agua caliente, etc. etc., a parte de esos picos de tensión, a veces, imperceptibles, pero que dañan algún componente electrónico de alguna tarjeta (placa base, sonido, vídeo, etc. etc.).
En fin, por no mucho dinero, uno puede utlizar con tranquilidad el ordenador, más vida para discos duros, y nunca perderás el trabajo que estés haciendo o hayas hecho (en mi caso, fotos generalmente).
De verdad que merece mucho la pena tener una SAI, solo cuando no hay ya remedio es cuando lo echarás mucho de menos y te lo comprarás, así que adelántate, dormiras más tranquilo…jejeje
Un saludo.
Muy interesante y bien redactado: si algün dia me convierto en un buen ganster o en un político, te contrataré para redactar mis memorias rodrigoratorianas
Qué bien escribes, puñetero, me lo paso en grande leyéndote, te lo habré dicho mil veces ya. La única lástima es que todas estas odiseas que cuentas tengan que estar basadas en hechos reales porque la verdad es que es una gran faena, por no decir otra cosa, todo lo que te ha pasado. Te entiendo perfectamente cuando dices que te quedas hecho polvo, yo me quedaría aún peor. Pero bueno, no te lo tomes como si esto fuera una confabulación de las fuerzas del universo contra ti, por desgracia estas cosas pasan: hay tormentas, cortes de luz inesperados, los humanos tenemos la mala costumbre de tener frío en invierno y encender estufas, qué le vamos a hacer… y el que no haya tropezado alguna vez con un cable del Spectrum, que tire la primera piedra. Porque si no le ha pasado, probablemente sea porque todavía no había nacido por aquella época, aquello “érase un comedor a una jungla de cables pegado”, lo fácil era dejarse los piños intentando cruzar por allí en medio xD.
Pues nada, ojalá que esta historia tuya con la corriente y los apagones tenga un final feliz y esperaré con ilusión la segunda parte de tu relato. ¡Saludos!
Jose Antonio: Gracias por compartir tu experiencia y más detalles del asunto, desde luego estoy de acuerdo con todo lo que comentas.
Ultimo Fenicio: Ja, ja, muchas gracias. Cuenta conmigo cuando llegue el momento.
Silvia: Gracias por la valoración de estas batallitas. Sí, hago muy buena letra. En cuanto a lo de la conspiración… yo no he dicho que sea tal, ¿no? ¿Qué películas te montas, pintora? xD Al revés, pretender que la electricidad no se corte nunca es lo que sería poco realista, creo yo, y por eso mismo desde siempre he «soñado» con un SAI – demasiado he tardado en comprármelo.
En breve la segunda parte!
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Lo peor de todo es que una SAI normalita cuesta más o menos igual que un disco duro pero cuando nos quedamos sin espacio no nos falta tiempo para ir a la tienda más cercana por uno. Sin embargo para la SAI tenemos que sufrir mil y una peripecias y sufrimientos y penas (como el sufrido autor de este artículo) para al final caer en lo inevitable. 😉
Muy buen artículo. Este y uno de copias de seguridad (que no sé si alguna vez te he leído) pueden evitar más de una enfermedad coronaria.
Saludos.
Carlos: Debo darte la razón, jeje, reconozco ser un buen ejemplo de lo que comentas (alguien que descuida algo esencial como eso). No sé por qué me he resistido tanto – podría mencionar el dinero pero no sería del todo cierto, ya que hace años estaba en mejor situación que ahora, y tampoco me lo compré. Qué tontín fui, ahora entiendo cómo me la he estado jugando tantos años, aún he tenido mucha suerte, la verdad. Por algún motivo, siempre «huía hacia adelante», un gran error que me ha costado infinidad de problemas.
De las copias de seguridad no sé si he hablado alguna vez, quizá de pasada, pero tengo pendiente abordarlo más directamente. Gracias por pasar y comentar!
Agradezco el artículo periodístico. Incluso me ha avisado de que existen esos aparatos, porque aunque uno lee que existen todo tipo de artilugios para evitar «colgaduras», algunos somos de «pilas» para el MP3 y nunca se pone uno a pensar seriamente en la posibilidad de que te ocurra algo así. Más bien es cuando,» ignorantes de las cencias d’ hoy en día/tras el GOLPE DE LUZ descobrieron/que las pilas pa la RADIO y el SAI pa l’ordenata, eran lo mesmo» ( cómo diría un castúo extremeño). De todas maneras estos artículos deberías publicarlos, semanalmente, como en los antíguos diarios en donde los grandes escritores publicaban sus entregas en tiras ya que su público lector no podía pagarse el libro. Jajaaaa.
Gracias Carlos, eres la «pera». Estoy esperando ya la segunda tanda para coleccionar. Un abrazo
Fernando: Gracias, apreciado, plantearé a los diarios eso de las tiras para grandes escritores ja, ja xD Gracias por pasar y comentar! Saludos!